Mientras
Yo no le busco la quinta pata al gato,
pero he dado con el amor
en una feria salvaje de suicidas.
Ella contaminaba el vuelo de una bala
con tan solo dejar caer su mirada.
Ese era su motor de insania contagioso.
Un click no hacía la diferencia
entre un antes y un después.
Sus ríos crecían y corrían
hacia el norte de los extravíos.
Dos balas cantaban el final de la noche
y las coplas nos iban susurrando las horas.
Ella tenía en sí
la capacidad antojadiza del nuevo amanecer.
Mientras, en la sala principal de los delirios,
sonaba a estridencias la locura de Wagner;
y los techos, las arañas y manteles se fundían.
¡Al fin el mediodía! solo se esperaba
al fondo del corredor,
el crujir de la puerta al abrirse.
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