Yo no quiero

Yo no quiero a la que vuela; pero tampoco quiero a las que prometen hacer de mi vida un paraíso o llevarme cada noche a tocar las estrellas, cuando desde lejos se les nota las raíces saliéndoseles por entre los tacones.

No quiero a las que amenazan con una imaginación prolífica en perversiones y deleites sobrehumanos, y luego son deficientes para verbalizar aunque más no sea un beso capaz de cruzar un charco; las que dices amar como ninguna y dejar rastros imborrables mejor que nadie antes.

Yo no quiero a esas que tapan sus temores e inseguridades con escotes temerarios y músculos de Venus al borde del hambre; ni tampoco a las combativas, de esas que pelean por todos y nada, a cada hora de la jornada.

Yo no quiero a una mujer pájaro con mariposas histéricas en la panza; ni las quiero light, bajas en grasas, bulímicas, atropelladas o desquiciadas por el amor ausente de sus padres, en la fila triste de cualquier supermercado.

Yo no quiero a una santa, a la preferida de la casa, al mejor promedio de la promoción o simplemente a la abogada desencantada, ni siquiera miro a la que se conforma con tenerlo todo a falta de no tener ni un alma.

Yo solo quiero, y en esto puedo sonar pretencioso, tener a mi lado a una mujer que no le importe ni carajo tener dos tetas en vez de alas, un coño sabroso y jugoso más que un par de mariposas en la panza, y que, principalmente, no huya del perímetro de la cama cuando, después de los besos, chupones y lamidas, me escuche pronunciar, entre quejidos y ronquidos, los nombres de todas las que no he querido.

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