Déjame
Déjame adivinar el beso próximo, sentir la incertidumbre propia de la piel cuando estás cerca, cuando me asalta tu mirada y tu silencio me devora.
Déjame hacerme a la espera impaciente, a la sombra voraz que se absorbe en tu beso. Ven a mí y rómpeme en todas mis formas; deja que mis labios se hagan agua en ti.
Déjame loco, más loco que de costumbre y hazte a mi piel, y déjame que me haga a la tuya; que nos encontremos donde mi noche se hace a tu día, cuál besos que se disuelven en la luz.
Déjame varado en una intuición de ti; y deja que vaya despacio a tu encuentro, a confundirme en el manantial de tu sexo, cuando la hora de los excesos suene agitada dentro de nuestros pechos.
Déjame, pero por toda la gracia divina que brilla cuando nos hacemos un solo cuerpo, no me dejes; no te atrevas siquiera a ser en otros cuerpos, cuando mi alma se haya acostumbrado, al final, a la embriaguez de tu veneno.
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