Espuma de cristal
Voy hacia ti engolosinado por tu verbo y me detengo en el umbral de tu sexo, ¡ah, ese tibio manantial de mis excesos!, y te beso. Te beso con una palabra, con la mitad de una frase supurante, con mis deseos contenido en una mirada, echando espuma del cristal de primera estrella o con la voluptuosidad y fragilidad de un paladar hecho al sabor de tus deseos; con el miembro afilado en punta como una estaca, con mi locura, con la tuya toda, respirando de tu aliento y naufragando en tu silencio preñado de gemidos pronto a estallar cuando al fin te penetro.
Me deslizo suavemente, firme, vigoroso y contenido en lo más cóncavo de tus suspiros; me hago a las formas de tu piel como el fuego se hace a las del viento; me enciendo de cuerpo y me vierto inefable en tu cuenco de barro; me deshago, me hago polvo, me disemino en lo más hondo y te nombro. Me quedo en cada vocal de tus latidos, en las de tu pecho agitado, en las de tu vientre bravio y reposo, bajo tu aliento reposo y respiro; me reincorporo, doy con tus labios entre mis besos y vuelvo al acecho. Te adoro, te devoro y me corro nuevamente; me quedo dormido, exhausto, vacío del revés y lleno de ti por siempre.
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