jueves, abril 09, 2020

Lecciones

Postales del año quince,
un mes cualquiera,
de un día de esos,
entre tantos que ya tuvimos.

Tú me esperabas en casa,
tu casa,
la mía,
o la de tantos.
Nos esperábamos.

Éramos íntimos
y tan públicos a la vez;
tan de ánimo destructivo
para con las reglas
de este mundo,
como dos locos
que no encontraron nunca la paz
entre las convenciones
de una sociedad
venida a menos.

Tú fumabas,
y a lo lejos,
el humo dibujaba
en blanca nube
mis deseos,

tus deseos,
o los inconfundibles gestos
de nuestros sexos
cuando la espera
desespera.

Nos entregábamos al vicio de la piel,
cuando la piel
subía al púlpito
y dictaba entre nosotros
los designios de la lujuria
divina y ancestral,
más allá de las palabras,
antigua
como el primer lenguaje:

Lección número uno.

¿Y qué es la noche, amor?
La noche es, amor,
mi beso enredado entre tus cabellos,
el aliento señorial
entre tus piernas,
el orgasmo concentrado,
el gemido liberado,
el final de toda cárcel
para los crímenes del alma.

Lección número dos.

Y el deseo,
¿qué es el deseo?
El deseo, amor,
es palabra incomprensible
sobre el lomo crispado
de la noche
y la envidia de la luna,
cuando los canes de Eros
asolan las madrugadas
dejando
en el umbral
de una iglesia abandonada
el rastro fiero
de un semen inmaculado.

Lección número tres.

Y el amor,
¿qué es el amor
en tus palabras?
El amor es, amor,
el arrepentimiento de última hora,
en la consciencia
de un tirano.
Es el chasquido
de mis dedos
y mi palma sobre tus nalgas,
es el azote sin culpa,
es la ternura

y la empatía
en la penetración anal,
y es lo irrompible invisible
que hace fuerte
los eslabones de tus cadenas.

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Hasta aquí

Hemos llegado hasta este punto, arrastrados por el deseo mutuo que nos quemaba bajo la piel, en esto de leernos, hablarnos y escucharnos, y...