viernes, abril 10, 2020

Y entonces

Noche tras noche me sigo adivinando bajo el vientre claro de tus antojos; entonces beso a mi suerte en los labios y te me partes como un cántaro de lujuria, te vienes sobre mí y en mí, y me voy en ti, contra todo pronóstico de lluvias y aún con los de sequías. Te me haces tierra húmeda para mis semillas.

Hace tiempo que me llamas; que me escribes a fuerza de savia tibia y mil delirios. Te leo y mi espíritu se me hace carne y se me hace pila de nervios; se hace canal desbordado por venas infladas y te penetro, cerca, próxima y lejana, presente y ausente. Te me haces deseo a cada palmo de mi cuerpo. Te me haces hambre y sed y ansia eterna por escapar de este mundo y descansar en ti, infatigable.

Noche tras noche, pero también en el cenit de cada día, tus labios y mis labios desdibujan el contorno de nuestras bocas; nos devoramos a plena luz de nuestra vida. No importa si tu marido o mi mujer llegan antes a casa, si la rutina nos prepara una fiera embestida o si las carroñeras aves de los diarios nos dan caza. Nunca, pero nunca, ninguno de los dos renunciará a la hoguera que enciende nuestra entrega.

No importa ya si es en tu casa, en la mía o en un frío cuarto de hotel. No importa si es en una plaza, en un parque o en los baños de algún café; tu sexo dará de lleno con mi sexo, tus senos explosivos con mi lengua y, en la incandescencia de nuestros suspiros, tus caderas se fundirán en una extraña aleación con mis manos. Y entonces, ya no habrá puerto, ciudad ni pueblo, en ningún rincón de la tierra, que no cante en rigor el himno fatuo de nuestro amor.

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