domingo, noviembre 30, 2025

XVI. CUANDO LA NOCHE LLEGUE


Cuando la noche llegue,
algo en ti sabrá que el mundo se detiene,
que el aire se hace íntimo
y mi deseo aprende tu nombre en silencio.

No habrá palabras entonces,
solo el roce lento de lo inevitable,
el pulso que busca su reflejo,
la respiración que se entrega sin defensa.

Tu mirada, herida de cielo,
brillará como un puñal entre las sombras,
y en el filo de su luz
mi alma hallará la dulzura de morir un poco.

Vendrá mi voz a desatarte,
no con el mandato, sino con la caricia;
mi tacto será templo y conjuro,
mi aliento, la plegaria que abre tus puertas.

Y cuando el alba tiemble en tus labios,
cuando mi nombre aún arda en tu piel,
sabrás que no hay victoria en el deseo,
sino una pureza secreta en ceder,
en dejarse caer como un pétalo en la llama,
en arder sin pronunciar rendición alguna.

Porque amar —de verdad amar—
es ese instante en que ambos desaparecen,
y solo queda el temblor,
la respiración del universo
en la piel de dos que ya son uno.

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