Tus ojos son abismos quietos
donde se ahoga la razón
y despierta el deseo.
Hay un alba detenida en tu mirada,
una luz que incendia
con solo rozar el aire.
Tu voz —ese tacto invisible—
me desviste de toda defensa;
me nombra con un sonido leve,
como si el silencio fuera piel,
como si la distancia respirara.
No sé si es la claridad
o el vértigo que esconden tus pupilas,
pero me arrastra
—me disuelve,
me inventa otra vez.
He aprendido que el deseo no se explica:
se pronuncia con la boca junto a tu cuello,
en el idioma del temblor y la saliva,
donde los límites tiemblan y se borran.
En tus ojos late el misterio
de lo que nunca se dice,
pero todo se siente.
No hay cielo más alto
que el instante en que tu piel
se confunde con la mía.
Allí, donde el mundo calla,
la eternidad se abre,
y el amor respira
—profundo, paciente, eterno.
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