Hasta aquí hemos llegado, amor mío,
a mitad de un largo camino
que, al final, promete el olvido
—aunque más no sea uno a medias.
Un sendero iluminado por espinas:
sangre, desgarro y mucho de vida
no vivida, malgastada y no amada,
sin fe, sin futuro, sin nada de culpa.
Yo me voy, y ahí te dejo, varada,
detenida entre las ruinas de tu ego,
en el infierno por vos sostenido,
para sepultar lo bueno que te quedaba.
Hasta aquí la arrogancia de quien ataca,
se defiende o responde. Hasta siempre,
hasta nunca. Suelto la espalda vana
y me voy donde mi paz eleva templos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario