domingo, noviembre 30, 2025

XII. SIN APENAS CONOCERTE


Sin apenas conocerte, adivino a una niña,
escondida y al acecho, detrás del brillo de tu sonrisa;
sé que me presiente a ratos,
y a ratos se asoma con su melena desordenada,
como un relámpago que duda 
entre el juego y el abismo enamorado. 

No sabe —o finge no saber— que en su gesto
arde un secreto antiguo, una llamada;
que en el temblor de su pestaña
mi deseo encuentra el pulso exacto de la espera.

Yo la contemplo con la cortesía del fuego,
sin invadir, sin apresar,
pero dejo que mi voz roce su sombra
como quien acaricia la piel 
de una flor aún cerrada.

Y cuando el silencio se vuelve respiración compartida,
cuando el aire mismo parece recordar su perfume,
entonces ella —esa niña que apenas imagino—
me mira sin miedo, y en sus ojos
la inocencia se convierte en una promesa.

No hay prisa: cada sonrisa suya es un umbral,
cada palabra, una llave.
Y yo, caballero paciente del deseo,
aguardo el momento en que su alma,
en un descuido luminoso,
me permita rozar la frontera de su verdad. 

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