No todo fue pesadumbre
bajo el soplo tenue de lo inacabado.
Con las pinceladas aún húmedas,
vi respirarse a Dios en su silencio.
Mis ojos, entonces, se deshicieron
en la espesura de un rojo cambiante:
—uno nacido con el alba,
otro muriendo en el ocaso—;
y en esa doble luz presentí el poema,
antes incluso del primer verso,
ese rumor de eternidad que tiembla,
hilo secreto en la música del mundo.
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