domingo, noviembre 30, 2025

VII. EL TIEMPO SE ARRODILLA


Cuando tu risa me toca,
el mundo se vuelve soportablemente hermoso.
Hay algo en ese sonido 
—un temblor de cristal y agua—
que hace olvidar la gravedad.

Hay un instante, justo antes del beso,
donde el universo se detiene a mirar.
Todo se suspende:
el aire,
el pulso,
la memoria del dolor.
Solo queda la música del presentimiento.

Eres el poema
que el silencio quiso escribir con luz.
Tus manos huelen a madrugada y a destino,
como si el amanecer se hubiera refugiado en tus gestos.

Si alguna vez el cielo tuvo forma humana,
fue en tu cuerpo:
esa claridad que respira,
ese milagro que arde sin herir.

En tu mirada
habita mi forma más vulnerable,
la que solo existe cuando me miras.

No hay fuego más sereno
que el que enciende tu calma cuando me deseas.
La luz en tu cabello
me ha hecho creer en la divinidad del tacto,
y tu voz —tu voz, mi niña—
tiene el don de hacer del aire una caricia.

Cuando estás cerca,
el tiempo se arrodilla.
Nada pide, nada teme,
solo contempla,
como un dios que se descubre humano
ante la perfección de tu presencia.

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