Su cinco estrellas

¡Vaya niña, aquella! Me entró por el rabillo del ojo, y en menos de una semana se hizo con todas mis plazas, convirtiéndome en su cinco estrellas personalizado.

Ni hablar de cuando se fue, sin dejar siquiera un beso de propina.

A mí, que cargué durante años con sus maletas de psicoanálisis en estado de neurosis obsesivas y explosivas. A mí, no me dejó ni una nota de despedida.

Pero, ¿qué puedo decir de ella, más que hacer la penosa descripción de lo que han sido todos mis rincones desde su partida?

Yo que vestía para ella mi corazón como a un salón para la epifanía de sus besos; que adornaba de sonrisas transparentes, los manteles y servilletas de mis penas; que dejaba relucientes los cubiertos y vajillas de mis ojos y manos con su reflejo... yo no puedo decir más nada, solo limitarme a expresar mis deseos de que se acuerde de mí, alguna vez, para una próxima temporada.

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