No lo digo, sería injusto
Y así, cada mañana, ella bajaba de su séptimo cielo y echaba a rodar su maquinaria del infierno por la boca, y hacía de mis desayunos una ensalada de insultos mezclados con vino o cerveza.
No digo que sus labios lucían menos bellos que cuando me dedicaba sus mejores palabras de pájaros azules ardiendo en llamas, tras salir de esa jaula de dientes afilados al calor de los reclamos y resentimientos. No lo digo, sería injusto.
Pero, ¿qué habría sido de mí, si esa hija del mismísimo demonio me hubiese faltado para incendiar cada noche, mi lecho de espinas y hielo? No, creo que en aquellos momentos, no estaba preparado para imaginarme sin ella.
Y lo peor de todo, es que ella lo sabía. Entonces, no dudaba ni un instante en usar su lengua de rastros lacerantes, para trazar los mapas y caminos que me arrastrasen hasta su cielo de caricias y besos. En fin, así era ella.
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