Esa mujer
por largo tiempo me hizo creer,
que era suyo el poder
sobre el centro mi voluntad.
Pues, ¡claro!, algo tenía su sonrisa;
¿cómo iba a ser de otro modo, si no?
Yo dejaba lágrimas, sudor y vida,
solo porque me dejara verme
en el detrás de su mirada,
donde cada verbo ardía
al compás furioso de sus latidos.
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