Como enjambre de labios



Y aunque me hubiese resistido todo lo imposible,
siempre terminaba besando sus pasos.
Pero, ¿cómo no hacerlo -me digo ahora-,
si sus pies eran como gotitas de luna y plata?

Ella volaba como mis vecinas y amigas caminaban,
o sea, con esa liviandad de nube de azúcar,
o como besos de miel de estrellas en colmena,
como enjambre de labios en primavera,
como manadas de soles sempiternos,
o como mariposas de la noche en un farol.

Y así, ¿cómo no besar hasta el barro
de su indiferencia de lluvias juguetonas,
si cada vez que llegaba hasta mí,
me dejaba lleno hasta los frutos del agua?

Ella llegaba y dejaba que sus tormentas
inundarán todos los ríos de mis deseos,
como si sus raíces fueran manos
estrechando los hilos de mi triste corazón.

Pero así como llegaba, también se iba
y me dejaba tendido en un cielo tan gris,
que hasta las golondrinas de la alegría
se marchaban en busca de otros cielos.

Y así me quedaba yo, allí, como domingo
parado a las puertas de todos los incendios,
como huérfano de todas las palabras bellas,
que había ella sembrado alguna vez,
en los campos áridos de mis sueños.

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