Esa chica
Esa chica puede ponerme a rodar
como bola de fuego en su billar de versos azules.
Ella practica las formas sensibles de la perfección,
y con tan solo uno de sus golpes certeros
pondría ponerme a botar sobre la cintura de Venus.
En ella, la desmesura adquiere un carácter divino,
aún cuando debajo de sus caderas
se abren las puertas del mismísimo infierno.
¿Y qué puede importarme perder una y mil veces,
si para mí la idea de cielo nació después de ella?
Así, ante sus labios se encienden mis hogueras
y ya no hay para mí reinos más celestes que sus ojos,
ni párpados tan quebrados por la luz del amanecer.
Las estrellas brillan en el firmamento de sus senos,
y mis dedos desdibujan el contorno de sus ansias.
Las imágenes clásicas se desmoronan a sus pies,
pues ella no es de las que se entrega a los malos poetas.
Para alcanzar sus labios con el primero de mis besos,
antes tuve que lloverle hasta por los costados,
y dejarle pétalos carmesí, por debajo de su almohada.
Esa chica es la noche concentrada en una gota de nada;
el origen de los cristales que germinan alrededor de mi cama;
la sed eterna que delimita la oscuridad en las miradas;
la vastedad, la proporción, la enésima puñalada.
Todo eso y más, durmiendo al costado de mis costillas.
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