era la luna
como no la hemos de habitar nunca.
Y la presencia
era otra;
y los besos
las sonrisas
cuando nos amanecía.
No eran ámbar las miradas,
ni siquiera
lo era la luna;
era tal vez, no lo sé,
esa miel derramada
en la víspera
de lo anhelado.
Hemos llegado hasta este punto, arrastrados por el deseo mutuo que nos quemaba bajo la piel, en esto de leernos, hablarnos y escucharnos, y...
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