Nos quedan los abrazos ceñidos
a un costado de todo anhelo
de esos que casi y que por poco no se sienten
en el desborde de la ausencia.
Ojal cerrado
en el hueco negado de la existencia.
Nada por ver. Solo unos pasos en rodeo
contorneando el filo del vacío que queda
tras venir de perdernos
tras las mutilaciones: dos son las manos
uno el abrazo y otros los labios.
Las caricias y sonrisas...
donde otros son los besos.
¿Y por qué no abrir
una herida de muerte al silencio
con uno de esos gemidos,
que bien sabemos los dos?
¡Ah, sería tan bello ver a las noches
sangrando y mordiéndose de la envidia!;
y ver, además, sus lágrimas...
empapando nuestras sábanas todas
rendidas después del amor.
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