Majestad del polvo
más que del fuego mismo
su piel abrazaba el suelo
labrado por el deseo.
El sol la encontró quebrada
como sonrisa de despedida
en el jarro de cerveza helada
cuando su melena dorada
coloreaba la melancólica tarde.
Yo la bebía en un abrazo
de lágrimas sobre el trigo.
La noche era sed eterna
con su sonrisa desvanecida
entre los detalles del horizonte.
Ella se fue, y sin mirar hacia atrás
olvidó la estación de los placeres.
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