Un coro de penas desgarró mi garganta,
y la voz que me quedaba, como un niño,
vino a esconderse debajo de mi silla
mientras soñaba mil vidas distintas.
El cuarto, en penumbra, imita al detalle
la solemnidad de una sala sinfónica:
las cuerdas, todas rotas, son entrañas
bajo el sol agotado de este mediodía.
Una vela es todas las velas, una plegaria
a la que se le perdió su santo, un pedido
y la esperanza: una iglesia ya olvidada,
sin gracia ni Dios, sin sombra de redención.
En una pared rajada, sus ojos escriben
el pasado, el presente y el futuro,
todo a la vez y en simultáneo, vasto,
como si todo cupiera en una mirada.
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