Dios me libre de esos feligreses
que vienen de ser carroña asquerosa,
que liban a diario los jugos pútridos
del verso malogrado y hediondo
de los tullidos del alma y del cuerpo.
Mas no me verán entre sus filas,
ni arrodillado ante sus letanías,
pues conozco el precio de la palabra
cuando se trueca en fango y desvarío.
Prefiero el filo limpio del silencio,
la llama que custodia su verdad,
antes que el aplauso de los necios
que celebran su propia podredumbre.
Y si alguna vez mi voz flaquea,
que sea por la sed de lo sagrado,
no por beber del mismo estancamiento
donde naufraga el mundo profanado.