miércoles, diciembre 10, 2025

PALABRITAS AL VIENTO


Éramos como dos palabritas sueltas
emprendiendo la épica del viento
y, en el vuelo, aprendimos a amar;
versos quebrados, dispersos,
que se buscaban en mil poemas.

Fuimos también la pausa inevitable,
el silencio que late entre dos ecos,
la sílaba temblorosa que encuentra
sentido al pronunciarse en el otro.

Éramos huellas de tinta sobre el aire,
gramáticas del deseo,
párrafos sin forma
que se reescribían cada noche
para no perder el ardor de lo incierto.

Nos hicimos rima
cuando el mundo parecía desorden,
metáfora cuando el cuerpo pedía más,
y plegaria cuando el alma reclamaba
un refugio donde caer suavemente.

Y aunque a veces la distancia
quiso tacharnos del verso,
fuimos la insistencia de la luz
sobre el papel oscuro,
la coma que evita la caída,
el acento que cambia el sentido
de todo lo vivido.

Éramos, al fin,
dos palabritas buscando un destino,
unidas por el misterio
de esa épica del viento
que aún hoy nos nombra
en cada poema de vano intento.

martes, diciembre 09, 2025

DE BORDES AFILADOS

Ella, animal de bordes afilados
y saliva que ahoga el verso, el poema,
mis dedos, mis manos y mis deseos;
como el mar que, antes de abrir los ojos,
se estira hasta tocar el sol y bosteza
como si no hubiera amado
antes de la tormenta;
como cuando las olas sin nombre
le esculpieron el primero en la espalda,
sobre la arena y en su boca. 

NO TENÍAS QUE SER MÁS

No tenías que ser más
ni a mí hacerme menos,
sólo saber cuándo ser el arco
y cuándo la flecha,
sin blanco, con todos los objetivos;
a ratos, ser quien tensa la cuerda
y, a ratos, la cuerda misma,
y no esta parte de mí desgarrada 
que sólo llegan
donde el ojo le manda. 

COMPAÑERA ENTRAÑABLE


Qué te voy a decir del querer,
si tanto nos hemos querido,
si en mi pecho hiciste nido,
si en tus ojos vi mi amanecer.

Qué cosas dice ahora el silencio,
ahora que hablar es asunto del tacto;
mis manos donde está el latido,
las tuyas donde la vida se desborda.

Qué te voy a decir, querida,
si después de tanto, el idioma
tuvo que inventar nuevas formas
para decir lo que el alma suspira.

En mis brazos fuiste pájaro,
estación que atraviesa los años,
un beso, un abrazo, y tu risa,
el derrumbe suave de mis heridas.

Te vi niña hacerte mujer
en el fragor tembloroso de mi espuma;
te vi llorar, caer y levantarte,
te vi nacer en mí para siempre.

Pues no, compañera entrañable,
no puedo rendir mis labios
a otra lengua distinta de la tuya,
después de haber probado tantas.

LA GLORIA QUE NOS EXCEDE


No era triste por alegre, lo era por previsible;
una caja de Pandora a la espera del rescate,
una navaja forjada para ser, en la herida,
una monótona repetición de sí misma.

No la sostenía una única canción,
ni un libro ni una frase
—ni siquiera una palabra—;
era, más bien, un poema deshabitado.

Los acordes de una melodía la adivinaban,
la pieza completa terminaba negándola;
así, un álbum al costado del mundo,
sobre la bandeja de un viejo tocadiscos.

El hueso de un fruto que iba a árbol,
creciendo en el vientre de lo inasible,
escribiéndose en el idioma de lo callado,
una especie de gloria que nos excede.

BAJO EL SOL AGOTADO


Un coro de penas desgarró mi garganta,
y la voz que me quedaba, como un niño,
vino a esconderse debajo de mi silla
mientras soñaba mil vidas distintas.

El cuarto, en penumbra, imita al detalle
la solemnidad de una sala sinfónica:
las cuerdas, todas rotas, son entrañas
bajo el sol agotado de este mediodía.

Una vela es todas las velas, una plegaria
a la que se le perdió su santo, un pedido
y la esperanza: una iglesia ya olvidada,
sin gracia ni Dios, sin sombra de redención.

En una pared rajada, sus ojos escriben
el pasado, el presente y el futuro,
todo a la vez y en simultáneo, vasto, 
como si todo cupiera en una mirada.

EL PESO DE LA LUZ


Mi alma, cansada, mira el amanecer
y se desvanece en un silencio de muerte;
no hay rituales ni escenarios apagados:
el día brilla y nadie ve mis lágrimas.

Una brisa suave, cargada de sueños rotos,
se cuela entre las costillas del tiempo
y silba una vieja canción entre las ramas:
—no hay pájaro que adivine esta tristeza.

Mi corazón es un corcho flotando,
contenido en una pequeña botella vacía,
frágil como la voz que me quiebra
cuando, en vano, intento la despedida.

Un día más, uno más entre tantos;
uno me robó la paz y otro la alegría.
Uno se fue detrás de la sombra del fin,
cuando el abandono devoró lo que quedaba. 

PALABRITAS AL VIENTO

Éramos como dos palabritas sueltas emprendiendo la épica del viento y, en el vuelo, aprendimos a amar; versos quebrados, dispers...