Arthur Fleck escribe
en su bitácora de bromas,
reflexiones y desatinos,
el simulacro de un poema
que, como nunca ni nadie,
me interpela de cuerpo y alma
-si es que acaso esta última
habita como tal en el primero-;
me castiga, condena y encierra
dentro y fuera, y sin saber
dónde el límite y cuál es la salida.